Cuando tenia 16 años los treinta pareciera lejanos, que había tiempo suficiente para vivir lo que soñamos, todo eso que planeamos, deseábamos; capaces de volar sin tener alas, de viajar sin tener boletos, sentíamos que el frenesí de la vida nos llevaría a donde quisiéramos. La edad en la que los sueños eran posibles, donde no importaban las voces rancias de quien intentaba apagarlos, la época donde: descubrir era el éxtasis, reír era opio, gritar era el adorno del jubilo, el llanto la catarsis del alma. La irreverencia se marcaba al compás de la metamorfosis del cuerpo, de un frágil niño al hosco y áspero adolescente, adios a las agudas voces, bienvenidas las graves y los lánguidos cuerpos. Escrito por: Onel Baron Niño.
Escribiendo bajo el cielo que nos cobija a los dos.